jueves, 17 de noviembre de 2011

De libros y louvres

          Primero fue la lluvia que cerró los puestos de libros de segunda mano donde iba a comprar "Entretiens avec Yourcenar". La culpa definitiva fue de un grupo de chinos ávidos de monas lisas. Que un grupo de chinos, comme si de rien n'était, se te cuele en la cola de un museo es un aviso mortal. Más vale retirarse a tiempo. Eso y la lluvia, ya estaba subida en el tren de vuelta. También el dolor de garganta, que quitó a la lluvia de Paris todas y cada una de sus toneladas de romanticismo. Esa lluvia rotunda. De gotas enormes que te empapan la cara en dos asaltos. Gotas enormes que se atreven a resbalar hasta la nariz y decidir, al borde del abismo, a qué comisura quieren ir a morir. 

          Esas nubes que nacen de la nada. Que, en el enganchar y cerrar el candado los enamorados turistas, aparecen y les bautizan. Y ellos están contentos porque son los angelitos del cielo de Paris y no otros los que les están meando encima.

          Allí dejé el libro y alguna sala que todavía no he visto. Ocupada por chinos sacando fotos que luego no reconocerán porque las cámaras de los chinos miran a las monas lisas pero los chinos miran a las cámaras. Pero allí estuvieron. En la sala de la mona lisa. O, en todo caso, en el museo donde está la mona lisa. O, al menos, nos colamos delante de una chica que iba a cometer la osadía de entrar ahí y no pasar a fotografiar la mona lisa.

          La osada estaba en el tren. Las nubes habían desaparecido. Ya sólo quedaba la lluvia en el suelo recuperando todo el romanticismo. Y la foto de la Mona Lisa en las cámaras de los chinos colones que cruzaban el Pont des Arts donde siguen los enamorados, ahora románticamente calados hasta los huesos, para ir a colarse delante de otro osado en la entrada del Musée d'Orsay.

[19-octobre-2011]