lunes, 30 de agosto de 2010

Una de cal y otra de arena


Si todo viniera seguido de un gran silencio sería más seguro el olvido.

La frialdad de las camisas y el calor de los botones.

La suavidad de una barbilla y la incomodida de una melena.

El silencio el silencio el silencio y las letras.

Con los ojos cerrados.

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A menudo los que tenemos alas cometemos el error de olvidarnos de cómo se vuelve al suelo y cuando lo hacemos, como nos lastimamos por no saber, nos vemos obligados a permanecer allí tanto tiempo que se nos ovida que tenemos alas.

Y, por otra parte, mejor estar en el suelo que luchar por atravesar volando un huracán. Tampoco quiero convivir con palomas mensajeras ni aves de rapiña. Pero tampoco con gusanos, ni con depredadores ni con plantas carnívoras.

A menudo no tengo ni alas ni brazos ni piernas ni patas ni voz ni fuerza.

A menudo los que tenemos piel cometemos el error de olvidarnos de que el agua también nos puede despeinar para volvernos a reacomodar el cabello.

A menudo los que tenemos piel cometemos el error de protegernos.

A menudo los que tenemos piel cometemos el error de olvidarla.

A menudo los que no tenemos nada queremos.