jueves, 16 de febrero de 2012

Lo necesario

Los días vienen y caen rápido
Las noches se duermen apaciblemente
La sangre no se derrama
El ceño no se frunce
Las palabras no se arrancan de la piel
ni se cruzan, ni se dicen

No hay guerra ni dolor
ni hay paz ni esperanza
No hay fondo conocido
No hay cima imposible

Sin fealdad ni belleza
ni risas ni lágrimas
ni avances ni retrocesos

hay un reloj que dice
horas
y días que caen rápido y
noches que se duermen
Distancia  tiempo  silencio
digamos
Tener lo necesario

jueves, 9 de febrero de 2012

Me pregunto si en París la gente no siente nada.

Todavía no he visto a nadie romper a llorar ni morirse de la risa.
Puedo predecir las reacciones de mi cuerpo que me dejarán en evidencia. 

Sé que se acelerará el pulso y que los latidos del corazón se dejarán notar en leves vibraciones de mi camiseta. Empiezo desde ahora mismo a inspirar,    espirar       inspirar         expirar... Y vuelta otra vez

Me temblarán algo las manos. Las froto con fuerza, launacontralaotra.    Intento    relajar   los   músculos, como si estuviera    muerta    e       inspirar       espirar          inspirar         expirar...   Una y otra vez.

Y la voz.      También me temblará la voz así que ensayo el discurso. Me lo aprendo de memoria. Lo digo con calma, introduciendo variaciones,       gestos de la cara,        movimientos de las manos y sigo inspirando      y espirando          inspirando y     sigo                   expirando...   Repitamos (otra vez)

Voy a decir ésto que no quiero que se me olvide 
Voy a dejar caer lo otro antes de tirar el puñal 
Un poco de humor negro... 
sí... 
así 
Bueno quizás éso es demasiado 
Un poco menos de humor negro 


No me tengo que repetir 


¿Será mejor así?

Sobre todo           que no se me olvide   inspirar              y espirar              inspirar y           expirar. 

Sobre todo éso



Y expiar

martes, 7 de febrero de 2012

Nana para pasar el día

En cosa de un mes y medio hemos ganado una hora de luz. Y, o bajamos las persianas a las 5, o nos sometemos a que el tiempo pase. Que vamos camino de mediados de febrero y el sol aguanta hasta las 6. Y que no hay forma de pararlo. Que cuanto más dure el sol ahí arriba... Las persianas con sus rendijas... Los niños con sus risas. Ahora el hombre ya no pasea a su perro cuando yo vuelvo. Casi no me cruzo con ningún vecino.

Yo antes era más de noche. Animal nocturno. Me poseía por completo esa complicidad automática de la gente que vuelve tarde por la noche a la misma hora. Por la noche hablas con el chico del bar al que siempre miras. Por la noche cantas lo que por el día escuchas. Y por la noche dices lo que durante el día piensas. La hermandad de la gente de noche. Ellos, mejor que nadie, viven, porque nadie mejor que ellos sabe que mañana siempre será otro día. La fidelidad absoluta de la gente de noche. La confianza ciega en la gente de noche. La desvergüenza. Quizás me gusta porque, por la noche todos los gatos son pardos y todos igual de miserables.

Por eso paso el día sigilosamente. Intentando no tocar nada que pueda resentirse. Hablando lo menos posible. No pensando a lo tonto. Poniendo todo el significado en pocas palabras. Ahorrando mi espacio y disminuyendo tu esfuerzo. Y, cuando llegue la noche, quizás escuchéis el alboroto. A ver qué rompo. A ver qué digo. Qué pienso. Cuando llegue la noche a ver a qué hora duermo. A qué hora canto. A qué hora vivo a qué hora mato.

sábado, 4 de febrero de 2012

Noches y velas

Las noches en las que, desde la cama, haciendo un gran esfuerzo por no levantarnos del nido, llegamos a alcanzar cualquier tipo de objeto que nos ayude con ese insomnio que parece que va a durar para siempre. Nos armamos con todo tipo de cosas: un libro, lo típico. El móvil, también. Una hoja y un boli, por si acaso. Un bote de crema ¿por qué no? Una botella de agua, para pasar el trago. 

Solemos hacer de estos objetos, las herramientas más utilizadas contra el insomnio. Valientes sufridores sumisos, sumidos en el silencio. Casi nunca es tan tan tan terrible como para ver amanecer. 

El libro arrugado entre las costillas. El boli casi nos saca un ojo. La botella de agua, afortunadamente, en el suelo. El móvil debajo de la otra almohada. Mis pies jugando con el bote de crema. Desafortunadamente, abierto. ¿Dónde está la hoja?

Empiezo a dudar si de verdad cogí una hoja. Quizás es un recuerdo predeterminado. El libro ha perdido el marcapáginas y no recuerdo haberlo abierto. El boli está destapado. Creí que no había escrito nada ¿Dónde está la hoja? 

Los objetos, al final, son los únicos que sobreviven a un insomnio.