martes, 7 de febrero de 2012

Nana para pasar el día

En cosa de un mes y medio hemos ganado una hora de luz. Y, o bajamos las persianas a las 5, o nos sometemos a que el tiempo pase. Que vamos camino de mediados de febrero y el sol aguanta hasta las 6. Y que no hay forma de pararlo. Que cuanto más dure el sol ahí arriba... Las persianas con sus rendijas... Los niños con sus risas. Ahora el hombre ya no pasea a su perro cuando yo vuelvo. Casi no me cruzo con ningún vecino.

Yo antes era más de noche. Animal nocturno. Me poseía por completo esa complicidad automática de la gente que vuelve tarde por la noche a la misma hora. Por la noche hablas con el chico del bar al que siempre miras. Por la noche cantas lo que por el día escuchas. Y por la noche dices lo que durante el día piensas. La hermandad de la gente de noche. Ellos, mejor que nadie, viven, porque nadie mejor que ellos sabe que mañana siempre será otro día. La fidelidad absoluta de la gente de noche. La confianza ciega en la gente de noche. La desvergüenza. Quizás me gusta porque, por la noche todos los gatos son pardos y todos igual de miserables.

Por eso paso el día sigilosamente. Intentando no tocar nada que pueda resentirse. Hablando lo menos posible. No pensando a lo tonto. Poniendo todo el significado en pocas palabras. Ahorrando mi espacio y disminuyendo tu esfuerzo. Y, cuando llegue la noche, quizás escuchéis el alboroto. A ver qué rompo. A ver qué digo. Qué pienso. Cuando llegue la noche a ver a qué hora duermo. A qué hora canto. A qué hora vivo a qué hora mato.

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